Sin duda Miles Davis es uno de los más grandes exponentes del jazz, que junto a otros pilares fundamentales como John Coltrane, Charlie Parker y Louis Armstrong, conforman el templo sagrado en el que se guardan las páginas que registran la historia de la música sincopada.
Se sabe que su álbum “Kind of Blue”, de 1959, marcó un punto de inflexión y es uno de esos registros capitales para entender la evolución del jazz. Sin embargo, Miles nunca dejó de innovar y forzar más allá los límites de la creación. Una muestra de ello es su álbum póstumo “Doo-Bop”, publicado en junio de 1992, meses después de fallecer, en septiembre de 1991.
Para muchos el disco es la sintonía fina con el Acid Jazz, la nueva corriente que a fines de la década de los 80s asomaba tímidamente.
A lo largo del disco, “Doo-Bop” funciona como una de esas muñecas rusas matrioshka en el que a medida que el oyente se va a acercando al núcleo, capa por capa, aparecen el funk, rap, soul y hip hop, todo ello soportado sobre la base del jazz.
El disco no solo tiene la gracia de identificarse con un nuevo género, sino que también es un enunciado cultural y la expresión social pura y dura de las bandas de hip hop de los barrios afroamericanos de Estados Unidos. Una década que se presentaría convulsa y testigo de la violencia hacia la comunidad afro en el país del norte.
Jorge Pardo Soto, periodista.